La arqueología y los usos políticos de la historia

El Desfile Dorado de los faraones Crédito: Reuters

El 3 de abril de este año se dio en el Cairo un espectacular desfile en celebración de la inauguración del nuevo Museo Egipcio de esa ciudad. Allí desfilaron en carros ataviados de oro, las momias de 22 faraones egipcios entre los que estaban Seti I, Ramsés II, Tutmosis III, Hatshepsut, y otros grandes faraones de la era dorada del imperio egipcio. Iban acompañados por una coreografía que involucro espectáculos de luces, y presentaciones musicales. El desfile (al que se le dio el nada modesto nombre de “Desfile Dorado”) estuvo ataviado de una magnificencia tan esplendorosa, pero a la vez tan vulgar, que daba bastante de que hablar.

Aunque tal espectáculo pueda resultar atractivo, sobre todo para quienes, como yo, somos amantes de la historia del antiguo Egipto, también es cierto que existen allí unos elementos problemáticos que vale la pena también analizar. Este tipo de despliegues están lejos de ser algo novedoso, y su uso, asociado a la exaltación de un tipo de pasado, puede relacionarse con varias dinámicas de poder ataviadas a los nacionalismos y a los usos públicos de la historia como forma de perpetuar estructuras de poder. El pasado arqueológico ha sido utilizado en este sentido, como una base para justificar un sinnúmero de regímenes, que se ven como sucesores de dichas “épocas gloriosas”. Teniendo esto en cuenta, veamos a continuación algunos de los procesos históricos que han estado asociados a estas prácticas.

Apropiación política del pasado arqueológico

Mussolini y las ruinas de la antigua Roma

Esta construcción ideológica basada en la arqueología tuvo su origen en el mundo occidental a partir de la época de la Ilustración, en el siglo XVIII, en donde se buscó una reapropiación del pasado grecorromano, visto como la era dorada del pensamiento y la cultura racionalista. Pensadores como Voltaire, o estudiosos como Winckelmann, pensaban que la cultura helénica y latina eran las que habían llevado a la civilización a la cúspide en ámbitos como la filosofía, las ciencias, el arte y la arquitectura. Por esta razón, en estos años se reactivó el interés en la exploración de las ruinas antiguas en Italia o Grecia, llevando al descubrimiento de ciudades como Pompeya. Así mismo, se pensaba que la reapropiación de dicho pasado grecorromano, tanto en lo estético, como en lo ideológico, llevaría a la evolución de la civilización hacia un futuro luminoso. No es gratuita la aparición en estas épocas de la división de la historia en una antigüedad “clásica”, seguida de una edad media “atrasada” y que dio paso a una nueva edad “moderna” que había retomado el rumbo y se dirigía de nuevo a la gloria.

Los europeos occidentales se veían a si mismos como los herederos de esta antigüedad clásica, por lo que, al desarrollarse el imperialismo y el colonialismo, se impuso esta idea de la superioridad de esta “cultura” sobre las demás. Pero, con el desarrollo de esta misma arqueología impulsada por el pensamiento ilustrado, también se llevaría a cabo el encuentro de restos de civilizaciones que parecían ser tanto o mas avanzadas que las grecorromanas (entre ellas la susodicha civilización egipcia), en espacios como África, Asia, América o el medio oriente, espacios que eran vistos como inferiores dentro de este pensamiento europeo occidental.

Esta aparente contradicción fue pronto resuelta, al imponerse la (bastante racista) idea de que quizá en el pasado estas culturas habían sido avanzadas, pero en el presente estas habían caído en los “vicios” propios de su raza, y por ello era deber de los europeos, en primer lugar, servir como recolectores y administradores de este pasado, que era preservado en los museos de las capitales imperiales. Así, las culturas no blancas, eran infantilizadas y exotizadas (dentro de la dinámica orientalista), al ponerlas como incapaces de preservar su pasado.

Esto tomo unas dimensiones interesantes con la aparición de los estados nacionales en el siglo XIX, especialmente en los estados latinoamericanos. Estos pasaron de ser espacios coloniales subyugados bajo estas dinámicas racistas, a naciones independientes que aun así buscaban mantener esta ideología de superioridad occidental. Aquí aparece entonces una profunda dicotomía, entre una elite que buscaba que sus estados fueran parte de esa familia de “naciones civilizadas”, pero que también buscaba dar un discurso de autonomía e identidad, que debía fundamentarse en la historia.

El pasado arqueológico en las naciones latinoamericanas era romantizado de la misma manera que el pasado arqueológico de las naciones europeas, pero con una condición especial: se trataba de separarlo lo mas posible de los pueblos indígenas que aun existían en el presente. Esto quiso decir que, aunque existía una política publica de monumentalizar emperadores aztecas, incas o muiscas, a través de museos, estatuas, billetes, pinturas o murales, considerándolos como los “fundadores” del espíritu nacional; aun se sometía a los pueblos indígenas descendientes de estas culturas, bajo la premisa de que eran todavía salvajes, e indignos de dicho pasado, que solo podía ser rescatado por las elites blancas. Es por ello que era común que, en estas representaciones artísticas del pasado indígena, fuera común mostrarlos bajo los cánones estéticos grecorromanos, incluso tratando de darles facciones mas europeas a esos grandes sujetos del pasado indígena.

Con la exacerbación del nacionalismo hacia la ideología fascista en el siglo XX, esta utilización racista e impositiva del pasado arqueológico tomo unas dimensiones más estrafalarias. El fascismo buscaba imponer la idea de un “espíritu nacional” que estaba cimentado en un pasado glorioso, que solo el líder y el partido podían rescatar. En los tres países en donde el fascismo tomo las riendas del gobierno (Italia, España y Alemania), esto significo la explotación de les espacios arqueológicos para el uso del partido.

Mussolini, por ejemplo, busco conectar su gobierno con el pasado romano imperial, utilizando símbolos de esa época como el fasces (de donde viene el nombre fascismo), o gastando enormes sumas de dinero para excavar y exponer las ruinas en Roma, aun si esto significaba la demolición de otros espacios patrimoniales de las épocas medievales y renacentistas. Alemania busco también por su parte explotar arqueológicamente el pasado “ario” para justificar sus políticas racistas y antisemitas. España por su lado, busco glorificar su pasado visigodo y latino, tratando entre otras, de esconder la fuerte influencia cultural de los habitantes judíos y musulmanes que por siglos habían habitado la península.

El pasado arqueológico como espectáculo público.

De arriba a abajo: Desfile en México en el centenario de la independencia, utilizando motivos aztecas; desfile en Irán en los 2500 años del imperio persa, utilizando estética persa aqueménide.

El proceso discursivo presentado anteriormente, estaría integrado fuertemente a lo que Walter Benjamín llamo la “estetización de la política” (vease “La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica”), en donde, a través de elementos como el arte, se le diera un aura a las dinámicas políticas, que permitieran el engrandecimiento y glorificación de el grupo que tenia la batuta del poder en el momento.

Los desfiles, (entre los que podemos ubicar el reciente desfile dorado) son una muestra de dicha dinámica, ya que mostraban la “grandiosidad” de los regímenes, y fetichizaban esa idea de poder atemporal que estos clamaban tener.

Ejemplos de esto hay muchos, pero existen algunos bastante representativos. En septiembre 1910 por ejemplo, se dio un mes festivo por el centenario de la independencia de México, en medio de los últimos días del gobierno de Porfirio Diaz. Todo ese mes de festejos estuvo plagado de procesiones, inauguración de monumentos, desfiles cívicos y congresos, que buscaban exaltar el pasado mexicano, pero a la vez, glorificar el régimen del porfiriato. En relación con lo arqueológico, se hizo un enfoque particular en la civilización azteca, vista como la que inauguro esa conciencia nacional mexicana, y exaltando “héroes” particulares como Cuauhtémoc. No falta decir que el régimen de don Porfirio estaba en sus últimos días, ya que dichas celebraciones se dieron en medio de los enfrentamientos dados por la Revolución Mexicana, que finalmente terminaría derrocándolo.

Otra manifestación similar se dio en Irán, en medio del régimen del Shah Reza Pahleví, monarca que se había impuesto como tirano en ese país tras el derrocamiento del primer ministro Mohammad Mossadegh, en un golpe auspiciado por Estados Unidos y el Reino Unido. El Shah, al igual que don Porfirio, buscaba legitimar su régimen conectándolo con las civilizaciones de la antigüedad, esta vez con el antiguo imperio persa aqueménida, buscando conmemorar con dicha celebración los “2.500 años del imperio persa”. La conmemoración, realizada en la antigua capital de Persépolis, aunque buscó solidificar el poder del Shah, al contrario, fue el preámbulo de su caída, ya que algunos años después fue derrocado por la revolución iraní de 1979.

Egipto aquí no es bastante diferente a los dos regímenes mencionados anteriormente, siendo una nación seriamente convulsionada tras la caída de la dictadura de Hosni Mubarak en 2011. Varios gobiernos han subido y caído tras el derrocamiento de Mubarak, y en la actualidad ha subido al poder el militar Abdelfatah El-Sisi, quien ha instalado un antidemocrático gobierno, con un enorme récord de violaciones a los derechos humanos, pero con la particularidad de ser cercano a Estados Unidos y las demás potencias occidentales, sobre todo tras la presidencia de Donald Trump.

Como vemos, una procesión de características tan ostentosas como el dichoso “Desfile dorado”, obedece a un intento de engranar un régimen antidemocrático dentro de un discurso que lo presenta como el resultado natural de la evolución de una historia gloriosa. Es importante, por tanto, ser críticos de este tipo de despliegues, dado que los usos públicos y políticos de la historia, pueden contener narrativas que esconden realidades bastante oscuras.

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