Por Guillermo León Labrador Morales
Hace algunos años, mientras escribía mi tesis de pregrado acerca de la construcción de narrativas históricas sobre la ciudad de Cúcuta (mi ciudad natal), me encamine a revisar uno de los mitos más difundidos sobre el origen de la ciudad: Que el significado de su nombre es “la casa del duende” vocablo supuestamente proveniente de las “lenguas amerindias”.
El mito era lo suficientemente prevalente para ser utilizado de manera institucional, en donde, algunas veces el animalito mítico era puesto como mascota de la ciudad (ejemplo en la feria de Cúcuta del 2019), y se usaba la apariencia del clásico “leprechaun” irlandés (Un hombre bajito y pelirrojo). Esto me resultó algo irritante, dada la ironía de utilizar una figura europea como representación de un supuesto vocablo de origen indígena, mostrando un poco ese colonialismo cultural interno que aún esta presente en esta sociedad. Y resulta además doblemente irritante, ver que el dato ha sido casi que copiado y pegado, y repetido ad nauseum en múltiples blogs, páginas de noticas, cuentas de Twitter, páginas institucionales, etc.
Pero en todo caso, volviendo al significado del dichoso vocablo, no me resultó difícil ubicar el origen del mito, ya que este surgió hace relativamente poco, y se le había dado cierto bombo. En 1990, apareció por primera vez en el libro Historia de Cúcuta: La casa del duende de Rafael Eduardo Ángel, un abogado con especialización en historiografía, declarado por la prensa como el “descubridor del verdadero significado” del nombre de la ciudad.
El libro parece estar bien investigado, y está lleno de varios datos, pero en cuanto al más famoso de ellos, el cual le da título al libro, no ofrece ninguna referencia. Solo dice “según el origen de las lenguas amerindias, el vocablo Cúcuta significa ‘la casa del duende’. La ambigüedad del dato me hizo excluirlo de mi tesis, y decidí no profundizar mucho más en él. Pero un tiempo después, revisando temas para mis videos de YouTube, decidí volver a revisar un poco el mito.
Ante la afirmación me surgieron dos preguntas: ¿de qué lengua amerindia provenía específicamente el vocablo?, y ¿Cuál había sido la fuente documental exacta para tal afirmación? Debo confesar que desde un principio me consideré escéptico ante el dichoso mito. Empezando por el hecho que los duendes, aunque hoy en día hacen parte del folclor popular en Colombia, tienen su origen en el folclor europeo, introduciéndose tras siglos de colonización y mestizaje. La palabra, según la RAE, es una abreviación del término “dueño de casa”. Haciendo una pequeña tangente, el pintor español Goya hizo unos horripilantes grabados de los duendes en su famosa serie Los caprichos, los cuales vale la pena que revisen algún día.
Mi búsqueda en las lenguas indígenas
Pero volviendo al mito de Cúcuta, la búsqueda me resulto algo compleja, dado que la ambigüedad era muy grande y poco específica. Empecé revisando un poco a qué “lengua amerindia” podía pertenecer el vocablo. Habría que empezar evidentemente mirando cual era la etnia que habitaba la zona. Se sabe poco de los pueblos que habitaban el valle de Cúcuta en la época precolombina, quedando para la posteridad el apodo que les dieron los españoles al describir sus pelos cortados: “motilones”. Estos pueblos se enfrentaron aguerridamente a la conquista, e impidieron el paso seguro de españoles desde Pamplona hasta Maracaibo por casi dos siglos, hasta que fueron desplazados gradualmente hacia la zona del Catatumbo, en la medida que los colonos fueron poblando el valle.
En el siglo XIX, el científico prusiano Adolf Ernst, tras leer algunas palabras recopiladas por exploradores que, aunque habían estado en la zona, nunca habían tenido contacto con los indígenas, había llegado a la conclusión que los pueblos motilones (los cuales, bajo la sesgada mirada de los europeos, agrupaban pueblos que habitaban desde la zona del Perijá, hasta la cuenca del Catatumbo y los valles de Cúcuta) pertenecían al macro grupo lingüístico Caribe. Este tenía su origen en centro América, y se había extendido por las islas del mar homónimo y el norte de Suramérica. El afamado antropólogo y miembro de la SS, Gerardo Reichel Dolmatoff, que fue pionero en el estudio de los pueblos indígenas colombianos, llegó a la misma conclusión tras estudiar minuciosamente a las tribus de la zona.
Dolmatoff ofrece en su texto Los indios Motilones (etnografía y lingüística), un diccionario de vocablos y palabras del lenguaje de aquellos pueblos. Al revisarlo, no encontré ni la palabra Cúcuta, ni la palabra duende. La palabra casa aparece como muina, que no resulta muy similar a la palabra Cúcuta.
Estudios posteriores han mostrado que la variedad de lenguajes de la zona es mayor que la mostrada por Dolmatoff, habiendo varios pueblos de otros grupos lingüísticos. El antropólogo venezolano, Ronny Vásquez, argumenta que, el grupo conocido como Yukpa (que recibía el apodo de ‘motilones mansos’), ubicado en la serranía del Perijá, si parecía pertenecer a los caribes, pero los llamados Barí, que habitan la zona de la cuenca del Catatumbo, pertenecían al grupo lingüístico Chibcha, que recordemos, era el mismo de los muiscas y otros grupos del centro del país. La antropóloga Marisol Grisales opina que la idea de haber puesto a los Barí del Catatumbo en el grupo de los caribes se debió al viejo estereotipo de los caribes como “indios belicosos”, siendo los Barí un pueblo que había resistido por siglos los intentos de ser conquistados y “civilizados”, ya fuera por los españoles, por el gobierno colombiano, las misiones católicas, o las petroleras estadounidenses.
Pero regresando al tema de Cúcuta, la versión de que los pueblos del valle pudieran haber tenido lengua de origen chibcha, me hizo remitirme a buscar en diccionarios de ese idioma, como por ejemplo el Diccionario y gramática chibcha, que está publicado por el instituto Caro y Cuervo. Nuevamente no tuve suerte.
Buscando en crónicas y otras fuentes secundarias
Otra opción para encontrar el origen del vocablo sería en alguna descripción realizada por los cronistas que hablaron de la conquista y colonización de la zona, desde el siglo XVI hasta el XX. El nombre Cúcuta aparece en documentos desde el siglo XVI, haciendo referencia a varias cosas, desde el valle, hasta el río, hasta los llanos, hasta los indígenas, hasta el pueblo. Uno de los primeros en mencionar el nombre de Cúcuta fue el cronista Fray Pedro de Aguado, quien, en su Historia de Venezuela, escrita en 1581, la menciona los “llanos de Cúcuta” como una zona “mal poblada”, por donde pasaron los soldados del conquistador alemán Ambrosio Alfinger. No dice nada de etimologías.
El historiador Silvano Pabón, en su texto Los pueblos del cacao, cita un documento encontrado en el archivo general de la Nación, todavía más antiguo, de 1559. Allí se menciona la visita de un funcionario español al “pueblo” o “provincia” de Cúcuta, describiendo los habitantes que allí se encontraban, y poniéndolos bajo la encomienda (estructura colonial de sometimiento de grupos indígenas al trabajo a perpetuidad), de un capitán español residente en Pamplona. De nuevo, no se menciona el significado de la palabra.
Quizá el primer historiador que trató de crear una narrativa histórica de la región fue el político Luis Febres Cordero, que escribió a principios del siglo XX el texto conocido como Del antiguo Cúcuta. Febres Cordero fue el primero en hablar de la “fundación” por parte de Juana Rangel de Cuellar, que donó unas tierras para la construcción de lo que se volvió la villa de San José, siendo este considerado el origen de la ciudad de Cúcuta, aun cuando desde mucho antes, existía un “pueblo de indios” con ese nombre al otro lado del río Pamplonita.
En cuanto el significado, Febres Cordero ofrece una versión, citando un informe hecho en 1792 por un funcionario colonial llamado Andrés Sánchez Cozar: que Cúcuta era el nombre de una quebrada, en donde crecían unos árboles, que los indígenas daban el nombre de Cúcutas, y unas minas de tierra negra que también llamaban Cúcuta.
Otra versión, más aceptada por Febres, es que el nombre provenía del título del “cacique” o líder de las tribus de la zona, asentado en un pueblo de ese mismo nombre. Aunque esto puede ser posible, cabe notar que la fuente principal de Febres para esta afirmación es un cuento literario titulado Zulia, escrito por el periodista y político Carlos Jácome en el siglo XIX, el cual habla de la historia de amor de una supuesta princesa que habito el lugar, sin ofrecer muchas fuentes más que el hecho que las historias son “tradiciones de la zona”. Nótese que en ninguna de estas versiones aparece nada sobre casas de duendes o algo por el estilo.
Encontrando finalmente el origen
Tras ver las fuentes documentales que tenía a mi alcance y no encontrar nada en ellas, tuve que pasar a utilizar una de las herramientas más poderosas con las que puede contar un investigador: el buscador de internet. Era claro que tenía que existir algo, porque hubiera sido muy extraño que Ángel simplemente se hubiera inventado el dato.
Revisando y revisando, bajo distintas combinaciones de frases, en donde casi todos los resultados mostraban la misma cita repetida de Ángel, finalmente apareció una cita en una página web, que me ayudó a encontrar la respuesta: “La palabra Cúcuta proviene del vocablo Kuku huta, que significa, casa de duendes”. Esta frase era lo suficientemente diferente de la cita de Ángel como para remitirme a una fuente distinta a su libro. Y así fue, aunque los resultados serían mucho más extraños de lo que esperaba.
La siguiente persona sería la determinante para resolver esta incógnita: Emeterio Villamil de Rada. Este filólogo boliviano, que vivió a finales del siglo XIX, armó una serie de teorías bastante extrañas (por no decir locas) de donde vendría el tema de la “casa del duende”. En 1888, Villamil escribió un texto titulado La lengua de Adán y el hombre de Tiahuanaco. El libro, enmarcado en las teorías pseudocientíficas que afloraron en el siglo XIX, tenía como tesis principal que el idioma aimara (la lengua indígena más hablada en el territorio boliviano), había sido la lengua originaria con la que Dios había hablado con Adán en el jardín del Edén, que para él, había estado ubicado en Bolivia. Por esta razón, al ser este el idioma primigenio, debía haber rastros del aimara en todos los idiomas del mundo.
En este libro finalmente encontré el origen de la cita de la “casa del duende”. Villamil, en su “investigación”, buscó por todo el continente palabras que pudieran ser similares a vocablos aimara, topándose con Cúcuta probablemente al mirar un mapa. Y allí dijo lo siguiente: “de Venezuela está la palabra Cúcuta, del vocablo Kuku huta, que significa, casa de duendes”. Nótese que Villamil ubica incorrectamente a Cúcuta en Venezuela y no en Colombia.
Pero de nuevo, ¿Cómo pudo hacer Villamil esa conexión, si como habíamos dicho antes, los pueblos de la zona de Cúcuta pertenecen a los grupos lingüísticos caribe o chibcha, que no tienen nada que ver con el aimara? Esto me hizo emprender una nueva búsqueda de fuentes, topándome con un diccionario de la lengua aimara que respondería a mi pregunta. En el siglo XVI, el misionario jesuita Ludovico Bertonio, que había pasado bastante tiempo entre los pueblos indígenas bolivianos, escribió el texto Vocabulario de la lengua aymara, en donde encontré esta información: la palabra Kukuta (o kukuhuta), en aimara significa “cubrir casa con hicho y puntas hacia adentro; también la casa así cubierta”. No decía nada de los duendes, pero las teorías de Villamil eran lo suficientemente descabelladas para hacerme pensar que eso se lo había inventado.
Conclusión
Resulta entonces que en el aimara y el idioma original de los pueblos que habitaron el valle de Cúcuta, existía lo que se llama un “falso cognado”, una palabra que suena similar en dos idiomas distintos, pero tiene un origen etimológico diferente. Y esta similitud fue usada por un pseudocientífico para tratar de probar su loca teoría, quedando en un texto que sería citado más de cien años después sin absolutamente ningún criterio de verificación. Realmente no hay un verdadero significado para el nombre de la ciudad, y si en algún momento existió, este se ha diluido a través de los siglos.
Y así, en la ciudad de Cúcuta nos quedamos con un mito, que, aunque es relativamente inofensivo, muestra una de las enormes realidades del estudio de la historia: que esta puede ser fácilmente tergiversada. Y esta tergiversación deja en claro otra incómoda realidad: los mitos históricos también pueden servir para ocultar ciertas verdades incómodas. Mientras en la feria de Cúcuta, se celebra con un muñequito blanco europeo los supuestos orígenes de la ciudad, los pueblos originarios siguen languideciendo por la pobreza y la violencia.
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