Por Manuel Luna
Desde 2006, los partidos políticos en Colombia no sufrían una reorganización tan fuerte como la que estamos presenciando hoy en día. En ese entonces, la reforma política de 2003 promovió cambios profundos en las listas que las colectividades presentaron para el Congreso y una mayor organización interna. Quienes no leyeron el momento histórico fueron castigados en las urnas. De un lado, los partidos pequeños que no interiorizaron la lógica de agrupación y siguieron optando por los personalismos, fueron relegados de la competencia electoral ya que no alcanzaron los votos necesarios (umbral). Ese fue el caso de los “Visionarios” de Antanas Mockus, de “El País que Soñamos” de Enrique Peñalosa o de “Dejen Jugar al Moreno” de Carlos Moreno de Caro.
De otro lado, uno de los partidos más grandes que sufrió a causa del personalismo fue Cambio Radical, que pasó de conseguir un poco más del 13% del total de los votos en las legislativas del 2006 al 7.6% aproximadamente en 2010. Esta contracción de casi medio millón de votos estuvo motivada por la salida de su líder más personalista del Congreso, Germán Vargas Lleras, para ser candidato presidencial. Sin contar con que este era el partido de Reginaldo Montes y Miguel Pinedo, entre otros, y por tanto uno de los más salpicados por la parapolítica. En contraposición, los partidos que asumieron una disciplina interna y se alinearon ideológicamente, como el MIRA, lograron mantener unas bases electorales sin necesidad de las maquinarias dedicadas al clientelismo.
El país de entonces era distinto al de ahora. Sin embargo, la personalización de los partidos políticos sigue siendo una constante en el sistema. La amenaza actual no es una reforma institucional que obliga a los partidos a reacomodarse para no quedar eliminados del juego electoral, sino el temor a quedarse sin un número consistente de congresistas para negociar con el próximo gobierno, o incluso ser una opción de gobierno. Así las cosas, una lista del Centro Democrático sin Álvaro Uribe parece estar en serios problemas si de contar votos se trata, lo mismo que el Polo Democrático sin Jorge Enrique Robledo o el Partido de la U sin los caudales de Roy Barreras y Armando Benedetti. Estos últimos, por cierto, fueron recibidos plácidamente por Gustavo Petro en sus filas, en un ejercicio de desprecio por el principio común que debería caracterizar a los partidos.
Para ir un poco más allá, no se trata solo de un problema de personalismos el que afrontan las colectividades En estos días, se dijo que la Alianza Verde y sus divisiones internas eran una cuestión de “facciones”, pero las fracturas al interior de ese partido parecen irreconciliables. Allí, conviven Lucía Bastidas, una concejal peñalosista que vota por la censura del secretario de Salud de Claudia López, e Inti Asprilla, un congresista que públicamente señala al director de su partido de recibir órdenes de una senadora para no aliarse con Petro. Uno se pregunta si es verdaderamente sana la división entre figuras en esas proporciones o si es preferible un cisma inmediato. No obstante, estos partidos medianos y pequeños tienden a enfermarse más gravemente con la patología del personalismo y las rupturas internas, pues tienen unos pocos “grandes electores” que pesan más.
Pues bien, las próximas elecciones nos mostrarán el peso de esos congresistas que ya no estarán en contienda. Lo cierto es que no deja de ser preocupante cómo se diluye la esencia de los partidos, que no han dejado de ser personalistas y su ideología es cada vez más difusa. Probablemente, los partidos que se asemejan más a estructuras clientelares serán los que mejor maniobren esta reorganización, pero los medianos y pequeños la pasarán muy mal sin sus grandes electores. Lo más paradójico del caso es que si estos últimos recurren a figuras personalistas e influenciadoras para llenar sus listas, tendrán con qué salir a buscar votos, pero corren el riesgo de que estos personajes estén en orillas ideológicas contrarias y, por tanto, dividan los partidos.
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