Sé que ya he hablado bastante del tema de las estatuas en los últimos meses, pero hace unos días surgió un escándalo de dimensiones tan graves, que me fuerza una vez más a hablar del tema. En las últimas semanas se encontraron en Canadá una serie de fosas comunes con centenares de cuerpos de niños indígenas. Este macabro descubrimiento dejo en shock a toda la sociedad de ese país, y de la comunidad internacional.
Las causas de la muerte de los pequeños son desconocidas hasta el momento, aunque sí existe una desconcertante conexión: los niños eran internos de escuelas religiosas cristianas, creadas con el objetivo de separarlos de sus familias y evitar que fueran educados en las costumbres de sus pueblos originarios, para así adaptarlos a las costumbres del hombre blanco. Se cree que al menos 150.000 niños fueron secuestrados y asimilados forzosamente, como una política de gobierno en Canadá, entre 1863 y 1996. Este fue un proceso violento que cobró la vida de entre 4.000 y 15.000 niños, según algunas estimaciones.
El descubrimiento de las fosas causó un enorme revuelo en Canadá, en donde se reaccionó fuertemente. En los días posteriores se dieron quemas de iglesias de comunidades religiosas vinculadas con las muertes, así como el derrumbamiento de estatuas de personajes como la reina Victoria y la reina Isabel II (ambas asociadas al régimen colonial que imperaba en Canadá hasta hace relativamente poco). Otro personaje cuyas estatuas fueron tratadas con particular saña fue Egerton Ryerson, un educador y pastor de la iglesia metodista, responsable del diseño e implementación de ese sistema de escuelas para niños indígenas.
No quiero volver a centrarme en la dinámica del derribamiento de estatuas, pero sí quiero aprovechar para hacer una breve introducción a un término que describe estos terribles hechos: el etnocidio.
El etnocidio y el caso Barí
Curiosamente este es un concepto utilizado en las Ciencias Sociales que nace de un proceso directamente relacionado con Colombia. En 1970 el etnólogo francés Robert Jaulin (1928-1996), publicó un libro llamado “La paz blanca: introducción al etnocidio”, en donde habló detalladamente de la destrucción sistemática de la cultura Barí en el Catatumbo colombo-venezolano.
En el texto Jaulín describe sus experiencias personales en las tierras de los Bari, en donde fue testigo de primera mano de un sinnúmero de abusos en su contra. Los Bari que eran mal llamados motilones por los colonos blancos, eran caracterizados como salvajes y caníbales, lo cual se hizo con el interés de justificar la violencia contra ellos. Esta violencia se materializo primero con una serie de masacres con intenciones que podríamos llamar genocidas, y segundo con los intentos de infiltrarlos y asimilarlos forzosamente dentro de la cultura “civilizada”.
En este proceso tuvieron culpa en primer lugar las petroleras estadounidenses, como la corporación ColPet, que había llegado a la región tras la famosa concesión Barco, nombrada así por el general Virgilio Barco, quien había tomado posesión en 1905 de los yacimientos de petróleo encontrados en la zona. La concesión eventualmente le cedió a la ColPet los derechos de explotación del petróleo en la región del Catatumbo.
La penetración de la región selvática se hizo con apoyo del Ejército colombiano y venezolano, que solía enfrentarse de manera armada con los grupos indígenas. No sobra decir que aquí había una violencia desproporcionada, ya que los ejércitos gubernamentales atacaban con armas de fuego, mientras que los indígenas defendían sus territorios con arcos y flechas.
El proceso de asimilación forzosa estuvo a cargo de misioneros cristianos entre los que estuvo la comunidad capuchina, y la Fundación el Minuto de Dios, dirigida por el sacerdote cucuteño Rafael García Herreros. Como como dato curioso, todavía puede leerse en la página web del Minuto de Dios, la afirmación de que los misioneros del padre García Herreros realizaron la “cristianización y civilización de los indígenas Barí”. No sobra resaltar el racismo implícito de esta frase.
En todo caso, este proceso estuvo lejos de mejorar las condiciones de vida de los Bari, ya que, al desarraigarlos de su cultura, los volvió vulnerables a la explotación por parte de las corporaciones extractivistas y los sometió a violencia física y psicológica cuando se resistían. Hoy los Barí continúan siendo una población vulnerable en la convulsionada región del Catatumbo, siendo regularmente victimizados en el conflicto armado que se vive allí.
Implicaciones generales
La formulación del concepto por parte de Jaulín permitió la detección de casos similares alrededor del mundo. Entre los ejemplos que podemos encontrar están la esclavización de grupos indígenas amazónicos por parte de las industrias caucheras en Colombia, Perú y Brasil, en donde hubo también un fuerte componente de conversiones forzosas y asimilación en el modelo industrial blanco. Otro ejemplo fue la destrucción sistemática de varias culturas africanas sometidas por el régimen del rey Leopoldo II de Bélgica, en el Congo. El concepto inclusive ha sido asociado al proceso de colonización de América, en donde se dieron siglos de asimilación cultural de cientos de pueblos indígenas, los cuales perdieron mucho de su arraigo cultural. Así, hay muchos ejemplos más, que generalmente están relacionados a los modelos colonialistas e imperialistas que dominaron el mundo entre el siglo XIX y XX.
No sobra decir el impacto tan fuerte que este proceso ha dejado en múltiples culturas alrededor del mundo, sobre todo las que han sido oprimidas por el racismo estructural. Jaulin dice en su texto que mientras que los genocidios destruyen a los individuos físicos, los etnocidios destruyen el espíritu de un pueblo. Y aun tras esta “destrucción espiritual”, los individuos asimilados siguen sin ser considerados como iguales dentro de la sociedad dominante, que aun los considera inferiores por criterios como la clase o el color de piel.
Hay una serie de discusiones y controversias en donde el tema del etnocidio se ha vuelto central, sobre todo en las luchas alrededor de la memoria, las cuales tienen al legado del colonialismo en un papel protagónico. Esto se puede ver claramente en el marco de las recientes protestas por la justicia social a nivel mundial.
El reconocimiento de estos hechos bajo el concepto del etnocidio es de vital importancia ya que sirve para el entendimiento y la superación de procesos como el racismo estructural, la desigualdad y el imperialismo económico y político.
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