Por Guillermo León Labrador Morales
Hace unas semanas, mientras revisaba Twitter, me tope con una “noticia” escrita por la ahora desprestigiada revista Semana, tan absurda, que no sabía si reír o enojarme:
“Álvaro Uribe es descendiente de un faraón” decía el titular, escrito de una forma vulgarmente amarillista y deseosa de clics, muy al estilo de la nueva dirección de la revista, que ahora ansiosamente busca convertirse en una vocería de la ultraderecha colombiana.
Al leer rápidamente la noticia, me tope con el hecho que era mucho más absurda que el titular. Allí se clamaba que, según un supuesto estudio genealógico, hecho en un “trabajo de computador”, Uribe no solo descendía del faraón Amenotep IV, sino también del rey Alfonso X de Castilla, y de Enrique II de Inglaterra.
Una rápida búsqueda de Google me rebelo que la noticia era ya bastante vieja, siendo la cita de un texto de 2232 páginas llamado “Genealogía de Álvaro Uribe Vélez Y Lina Moreno Mejía Y Sus Hijos Jerónimo Y Tomás”, escrito durante la presidencia del susodicho, por un genealogista llamado Iván Restrepo Jaramillo, que ya lleva varios años de fallecido. Evidentemente la absurdidad de la resucitada noticia daba para cualquier cantidad de memes y chistes de internautas que evidentemente no se creían el cuento.
El “estudio” mismo caía aún más hondo en el agujero de la estupidez, empezando la genealogía de Uribe Vélez con ¡ADAN y EVA! De allí procede a hacer conexiones absurdas con personajes históricos y mitológicos (incluyendo personajes bíblicos, reyes egipcios, escitas, escoceses, ingleses y españoles), lo cual, de alguna forma termina componiendo un fantasioso árbol genealógico del expresidente.
Debo confesar que, como historiador, me resultaba un poco indigno tener que rebajarme a desmentir una noticia tan obviamente falsa (es evidentemente imposible rastrear la ascendencia de nadie a la antigüedad, porque no existen registros documentales hasta tan atrás). Pero después de pensarlo un poco mejor, encontré que había algunos elementos interesantes que se pueden discutir allí, entre ellos, el uso de la genealogía para construir barreras de clase, justificar las estructuras jerárquicas de poder, y hacer control social de la población.
Ancestros como constructores del poder.
Desde la antigüedad, se ha usado la ascendencia familiar como forma de justificar ser dueños de algún territorio. Generalmente, ese poder se obtenía a través de la conquista, la cual se decía que era obtenida gracias a la intervención divina, y que dicho favor divino, se pasaba de una generación a otra. De ahí el concepto de dinastía, que se ha usado tanto para imperios en Asia oriental, como para monarquías en Europa, África y América.
De hecho, era tan necesaria la inclusión de esta ascendencia en la toma del poder, que muchas veces, cuando alguien se tomaba una monarquía por la fuerza, este se casaba con alguien de la familia derrocada para solidificar su estatus. Esto sucedió, por ejemplo, en la Inglaterra del siglo XV, cuando Enrique Tudor, al vencer al anterior rey en batalla y tomar el trono, se caso con una hija de un rey anterior, de manera que no existieran dudas sobre la legitimidad de su descendencia en el trono.
Inclusive esto fue importante en la conquista de América. Los conquistadores en México y el Perú, se casaban y tenían hijos con las hijas de los depuestos emperadores, para justificar su mandato sobre la población nativa. Este fue el caso por ejemplo de Hernán Cortes, quien tuvo descendencia con Isabel Moctezuma, hija del depuesto tlatoani de Tenochtitlan. La corona española le dio el estatus de nobles a dicha descendencia, y aun hoy existe el ducado de Moctezuma de Tultengo.
En Europa, este proceso tomo también una dimensión de clase, al mostrar que había familias que se encontraban en el estatus de “nobleza” gracias a dicha herencia, y que por tanto se encontraban en una jerarquía superior a las de la “plebe”, aun si no necesariamente eran los dueños absolutos de la tierra, o le tenían que responder a alguien de estatus superior.
El uso de estos arboles genealógicos para demostrar estatus, se convirtió en una práctica común entre caballeros, duques, condes, marqueses y otros nobles, que buscaban demostrar a todo el mundo su “hidalguía”. De hecho, hermosas piezas artísticas se ponían en mansiones y castillos, para exhibir dicho “pedigrí” frente a cualquier visitante. Una clara muestra del concepto de la hegemonía cultural de la que tanto habló Gramsci.
Esta necesidad de pedigrí, inclusive se había trasladado a asuntos religiosos. Quienes escribieron los evangelios cristianos, por ejemplo, incluyeron una larga genealogía de Jesús de Nazareth, tratando de justificar a través de ella su estatus de mesías. Uno de los clamores que allí se hizo, era que Jesús era descendiente directo del legendario Rey David. Es necesario aclarar que la mayoría de los historiadores está de acuerdo en que estas genealogías, (que son distintas en cada evangelio) son construcciones metafóricas, creadas con el objetivo de dar un punto religioso, no un recuento de la historia fáctica.
En todo caso, esta necesidad de que el poder estuviera auspiciado por esa aurea de nobleza con ascendencia, se traslado inclusive a los regímenes republicanos. En Colombia, por ejemplo, algunos de los primeros presidentes se jactaban de tener títulos de nobleza española, como fue el caso de Jorge Tadeo Lozano, que tenía el título de vizconde de Pastrana. Así mismo, mientras fue presidente de Cundinamarca, Lozano construyo toda una escenografía cortesana alrededor de su figura, por lo que la población jocosamente lo apodó “Su majestad don Jorgito I”.
Yendo mas a la actualidad, en Colombia, y otros países del mundo, las susodichas democracias liberales se han constituido con verdaderas dinastías políticas, que han mantenido el poder bajo unos criterios de clase que no parecen haber cambiado mucho desde las épocas coloniales o feudales. En Estados Unidos no más, están los Bush y los Kennedy, y acá en Colombia están los Pastrana, los Santos, los López, los Turbay, entre muchos otros, que aun mantienen el monopolio de los altos cargos en el país. Bajo esta constitución de dinastías seudo aristocráticas, era apenas natural que a alguien se le ocurriera construir una genealogía fantasiosa de un presidente, conectándolo con las noblezas europeas de antaño.
Genealogía como forma de control social
Una consecuencia preocupante, y francamente nociva, que ha tenido esta obsesión histórica por la genealogía y la ascendencia, ha sido su uso para imponer un “deber ser” en la sociedad, y marginar al que se considera un “otro”.
Algunos de los antecedentes de esto pudieron encontrarse en España, tras la derrota del ultimo reducto musulmán en Granada en 1492. Allí, los reyes católicos implementaron una política de conversión forzosa, expulsión, y marginalización de las poblaciones judías y musulmanas que habitaban ese territorio.
Aun quienes se convertían, se les daba el apelativo de “marranos” y “moriscos”, siendo ellos y su descendencia segregados de varios espacios a través de los llamados “estatutos de limpieza de sangre” en donde se tenia que certificar que los antepasados hasta cierto punto no eran judíos, y de esta manera, poder acceder a posiciones administrativas o religiosas. Esto se desplazo a América tras la conquista, aplicándose a quienes pudieran tener ascendencia de los pueblos indígenas sometidos, o africanos esclavizados.
Aunque muchas veces, las familias adineradas lograban saltarse estas imposiciones haciendo uso de su poder económico, estas “manchas” en sus árboles genealógicos servían para fomentar las habladurías y chismes. Por ejemplo, famosamente se hablaba de que la familia de Simón Bolívar tenia dicha “impureza” con su tatarabuela Josefa Marín de Narváez, que era hija natural, lo cual ha muchas especulaciones sobre si ella pudiera haber tenido ascendencia africana.
La aparición de la ciencia genética en el siglo XIX trajo consigo el intento de “racionalizar” estas construcciones genealógicas, aplicando el llamado “racismo científico”. Aquí, se buscaba imponer ese mismo “deber ser”, buscando la eliminación de los rastros genéticos de razas consideradas inferiores por los europeos. Durante estos años surgió una practica conocida como eugenesia, que buscaba “mejorar” la raza, a través de la reproducción selectiva de los seres humanos. Esto llevo a practicas crueles e inhumanas como la esterilización forzosa, o la eliminación física de razas segregadas bajo estos sistemas.
En la Alemania nazi, donde estos ideales racistas se impusieron como una base fundamental de la sociedad, se exigía a los ciudadanos mostrar un pasaporte llamado Ahnenpass, que mostraba un árbol genealógico. Este tenía el objetivo de demostrar que la persona era aria y no tenía rastros de sangre judía al menos desde el año 1800. Al demostrar esto, se le daba un certificado llamado Ariernachweis que lo convertía en arios oficiales, y les permitía ser ciudadanos del Reich. No sobra mencionar que quienes no podían demostrar su pureza racial, eran sospechosos de ser judíos, y podían ser enviados a los guetos, o posteriormente a los campos de concentración.
Irónicamente, Adolf Hitler en persona no podía demostrar esa pureza racial que se les exigía a los ciudadanos del tercer Reich. Su padre Alois Hitler, era hijo ilegitimo no reconocido, por lo que, hasta el día de hoy, se desconoce quien era el abuelo de Hitler. Esto dio para especulaciones, en ese momento y ahora, de que existía la posibilidad de que el abuelo de Hitler fuera judío. Hitler mismo se encargo de eliminar cualquier duda sobre su ascendencia, ordenando que se pusiera como su abuelo oficial, al padre adoptivo de Alois Hitler.
Como pueden ver, la genealogía es un campo que debe que tomarse con un enorme grado de escepticismo y delicadeza. Como vimos, históricamente ha sido usada para fomentar estructuras jerárquicas de poder, y ha servido también para imponer sistemas represivos. Y la idea de este articulo no es prevenir en contra de averiguar sobre los propios antepasados, lo cual puede ser una actividad enriquecedora, y hasta divertida. Pero como muchas cosas en la vida, es necesario hacerla sin prejuicios.
(Nota: Es curioso que haya empezado un artículo hablando de Álvaro Uribe y terminé hablando de Hitler)
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