Es innegable que los Juegos Olímpicos de este año han sido distintos en muchas formas a los de los años anteriores. Por un lado, gracias a la pandemia de Covid-19, fueron los primeros juegos aplazados desde la segunda guerra mundial. También, gracias a la misma pandemia, se tuvieron que alterar para ajustarse a las estrategias de bioseguridad que se han tenido que implementar para tratar de combatir la ola de contagios. Es por ello que estos han sido los primeros Olímpicos sin público.
Aun así, los Olímpicos de Tokio lograron mostrar el espectáculo deportivo que tanta gente alrededor del mundo disfruta cada cuatro años: proezas atléticas, historias de superación, amor patrio, etc. Toda una narrativa que se ha venido montando desde la creación de la versión moderna de los juegos en 1896. Las habilidades de los atletas competidores han sido motivo de orgullos y conflictos a lo largo de los últimos 125 años. Esto en cierta manera habla también del papel del deporte en la sociedad mundial, tanto en las dimensiones sociales como políticas. El día de hoy, me gustaría hacer una pequeña reflexión del tema.
Los juegos y la gloria nacionalista
Las proezas atléticas y físicas han sido sinónimo de gloria desde los tiempos de la antigüedad. Los olímpicos en la Grecia clásica tenían, por ejemplo, un carácter ceremonial, que buscaba enaltecer a los dioses. Esto igualmente ocurría en lugares tan lejanos de Grecia como el mundo de la civilización maya, cuyas ciudades tenían enormes construcciones en donde se hacían juegos de pelota, que, de nuevo, tenían un carácter ceremonial.
Pero más allá de darle gloria a los dioses, la proeza deportiva servía también para darle gloria al individuo y a la nación a la que pertenencia. Las múltiples ciudades estado de la Grecia antigua competían en las olimpiadas en parte para mostrarse como superiores a las demás. Estas dinámicas geopolíticas en cierta forma continuaron hasta la época contemporánea, sobre todo con el surgimiento de los movimientos nacionalistas desde el siglo XIX en adelante.
Esta competitividad en cierta forma buscaba reflejar la superioridad que supuestamente una nación tenia sobre la otra. Por esta razón fue que, en medio de la guerra fría, Estados Unidos y la Unión Soviética se disputaban el título de la nación con más medallas. Esta rivalidad inclusive llevo a que la delegación estadounidense y varios de sus aliados, boicotearan los juegos de 1980 en Moscú en protesta por la guerra que la URSS estaba realizando Afganistán. Esto trajo una respuesta similar de los soviéticos, que boicotearon junto con sus aliados los juegos olímpicos de Los Ángeles de 1984. Aunque ya no hay boicots, estas rivalidades se mantienen en cierta forma hasta el día de hoy, cuando se ve la competencia por medallas entre los Estados Unidos, y la ahora nueva potencia rival, China.
Pero las rivalidades no solo estaban concentradas en dinámicas geopolíticas, muchas veces estaban también profundamente fomentadas por cuestiones ideológicas. En los juegos de 1936, realizados en Berlín en la mitad del Tercer Reich, Hitler pretendía mostrar la superioridad de Alemania, no solo mostrando su infraestructura deportiva, sino también las proezas físicas de la supuesta “raza aria”. Atletas judíos alemanes fueron excluidos de la competición, e inclusive otros comités olímpicos trataron de no traer atletas judíos para no ofender al régimen. Curiosamente, no hubo boicot a los juegos, a pesar de la solicitud de muchos activistas antinazis alrededor del mundo.
Una famosa historia que ocurrió en dichos olímpicos, que en cierta forma desmonto esa narrativa racista e ideológica que estaba montando el régimen Nazi, fue la de Jesse Owens. Este atleta afroamericano fue la estrella del momento, obteniendo medallas de oro en varias categorías deportivas. Esto directamente afronto a las percepciones racistas de la época, sobre todo las de Hitler, que querían mostrar a la raza blanca como superior en los juegos, y se sintió frustrado porque una persona de ascendencia africana superara a sus atletas. Aun así, aparentemente Hitler si saludo a Owens en su victoria, mientras que el presidente Roosevelt se negó a recibirlo en la Casa Blanca tras su regreso, solo invitando a los atletas estadounidenses blancos.
Los juegos y la cooperación internacionalista
En cierta forma, los juegos olímpicos, y los deportes en general, son espacios donde florece la narrativa del übermensch capitalista, es decir el personaje o “genio” hiper-individualista que triunfa exclusivamente a través de su esfuerzo personal. La prensa occidental adora estas historias, sobre todo si los deportistas tienen orígenes humildes, o son originarios del llamado “Tercer mundo”. Lo cierto es que, aunque existen algunos casos de superación con bastante esfuerzo individual, la mayor parte de los triunfos provienen de países donde existe un alto gasto publico en el deporte, como China, Rusia o Estados Unidos. La cooperación es importante para los triunfos deportistas, ya sea con equipos, materiales, entrenamiento, movilización, etc.
Otra forma de cooperación es la cooperación internacionalista, que reluce particularmente en la época de los juegos, los cuales en general son encuentros pacíficos de naciones para celebrar el deporte y presentar un espectáculo para el disfrute del mundo entero. Aunque ha habido casos lamentables, en donde la paz propia de los juegos se ha rompido, como en la masacre en los juegos de Múnich de 1972, en donde atletas israelíes fueron asesinados por parte de la organización Septiembre Negro. Aun así, en general los encuentros demuestran una aspiración de pacifismo absolutamente loable.
Así mismo, ha habido múltiples casos en donde los atletas han querido demostrar su compromiso para que el mundo sea mejor y mas justo. El activismo deportivo se ha visto desde el principio de los juegos. Un ejemplo ocurrió en 1906, cuando el atleta irlandés Peter O’Connor, que había sido forzado a competir para Gran Bretaña, decidió tras ganar la medalla de plata, encaramarse en el hasta que ondeaba la bandera británica. Una vez allí, la reemplazo por la bandera irlandesa, para demostrar su apoyo a la lucha independentista de ese país.
Pero la protesta mas famosa de todas en los Juegos ocurrió en los Olímpicos de México de 1968, cuando los atletas estadounidenses Tommie Smith y John Carlos, ganadores respectivos de las medallas de oro y bronce en los 200 metros, hicieron el saludo del “poder negro” en la ceremonia de premiación, como gesto de apoyo al movimiento de derechos civiles que se estaba dando en los Estados Unidos en ese momento.
Lamentablemente, el Comité Olímpico Internacional decidió prohibir este tipo de gestos y demostraciones en los actuales Juegos de Tokyo, como una muestra de supuesta neutralidad. Probablemente esto no perdure, ya que los deportes se han mostrado a través de la historia como una forma de llevar mensajes a la sociedad sea para bien o para mal, en un mundo donde hay tantos problemas, y con personas cada vez mas dispuestas a encontrar soluciones.
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