La protesta social de los últimos meses en Colombia ha traído una serie de discusiones interesantísimas sobre las narrativas históricas que han dominado la conciencia colectiva nacional. El paro se ha encargado de subvertir, afrontar e inclusive derribar algunos pensamientos hegemónicos sobre el pasado colombiano, al evidenciar en ellos dinámicas de desigualdad, racismo y violencia estatal. Con la llegada del 20 de Julio, el llamado día de la independencia, se vino también una reactivación de las protestas, lo cual llevo asimismo a una nueva controversia con trasfondos históricos.
Uno de los llamados “símbolos” de la protesta, ha sido el uso de la bandera colombiana al revés, poniendo arriba el rojo “sangre”, para de esta manera, llamar la atención sobre los abusos y asesinatos cometidos por las fuerzas del estado al reprimir las manifestaciones. Varios voceros pro-gobierno (que poco o nada se pronuncian contra los abusos a los derechos humanos) han llamado al gesto con la bandera un “irrespeto” a los símbolos patrios, hasta el punto que, el ministro de guerra, Diego Molano, invito por sus redes sociales a los “ciudadanos de bien” a izar la bandera de la “forma correcta” para demostrar su “amor por la patria”, que implícitamente el sugiere, se ha perdido.
Viendo estas cuestiones, me gustaría complejizar el tema más allá de los moralismos patrioteros. Es por eso por lo que el día de hoy quisiera hablar de esa idea del “irrespeto” a los llamados “símbolos patrios”, lo cual se ha dado en distintos contextos históricos, de manera que se puedan observar las dinámicas políticas y sociales que hay detrás.
El irrespeto por rivalidad nacionalista
La idea del “símbolo patrio” a pesar de presentarse como una representación atemporal del espíritu nacional, en realidad tiene un origen relativamente reciente. En principio, las banderas y escudos de armas no representaban a países propiamente, sino a las casas aristocráticas y monárquicas, que incluían desde nobles menores como los duques, marqueses, barones y condes; hasta los depositarios del poder absoluto del territorio: los reyes y emperadores.
En este sentido, los símbolos como los escudos y banderas tenían un carácter performativo, es decir, servían como forma de identificar a las familias que ostentaban el poder en los espacios ceremoniales como las coronaciones, y en cierta forma, trataban de legitimarse frente a la población “plebeya”. Así mismo, los símbolos tenían un papel importante en la guerra, siendo útiles para marcar los bandos. En ambos casos, los símbolos servían como forma de representación del poder, es decir, la dominación de un individuo particular sobre el territorio.
Las rivalidades entre estados, es decir, los conflictos de poder, que en múltiples ocasiones resultaban en escenarios catastróficos de conflicto y muerte, también tenían representaciones simbólicas, en donde se mostraba la sumisión de una nación sobre la otra, irrespetando o sometiendo las banderas o los escudos del otro estado. Un caso famoso fue la toma de la enorme bandera española del buque San Idelfonso, derrotado tras la batalla de Trafalgar, en las guerras napoleónicas. Esta fue llevada a Inglaterra, y desplegada en el funeral del Almirante Horacio Nelson, como muestra de sus victorias militares.
En escenarios más recientes, como la Segunda Guerra Mundial, era también común ver la destrucción de los símbolos de las naciones derrotadas. Tras la caída de la Alemania Nazi, se dio una muestra simbólica de rechazo al caído régimen genocida de Hitler, en donde se dinamitaban o cincelaban las esvásticas (símbolo patrio del tercer Reich) de los edificios públicos.
También se rasgaban con orgullo las banderas, lo cual trascendió al arte y la cultura popular. Una de las escenas mas recordadas del musical “La Novicia Rebelde” (1965) mostraba al personaje de Christopher Plummer destruyendo la bandera roja y blanca del fascista agresor alemán. Al ser el tercer Reich revelado como un régimen opresivo y sanguinario, no era mal visto rechazar, irrespetar o inclusive destruir sus símbolos.
El irrespeto como protesta.
Como puede verse, los símbolos patrios a pesar de clamar representar el “espíritu de la nación”, muchas veces representan en realidad el poder un régimen político. En situaciones en donde susodicho régimen es alienado de la sociedad sobre la que gobierna, los símbolos dejan de ser vistos como algo loable, y se convierten en una muestra de dicha estructura de poder. Cuando los pueblos se han alzado contra regímenes políticos en muchas partes del mundo, y en muchos momentos de la historia, se ha visto la alteración, destrucción o resignificación de los símbolos del estado como una forma de protesta.
En Colombia, por ejemplo, pudo verse esto desde las guerras de independencia, cuando los nuevos gobiernos y el pueblo alzado removían los escudos de armas de España de los edificios públicos. Otro caso mas reciente se dio en las protestas húngaras de 1956, contra la influencia soviética en el país. Allí los manifestantes recortaban la hoz y el martillo de la bandera. Esta bandera con un agujero en el medio se convirtió en el símbolo de estas manifestaciones.
En algunos casos, estas muestras simbólicas de protesta conllevaron a fuertes, e inclusive violentas, reacciones de parte del establecimiento. Recientemente, varios atletas afroamericanos se arrodillaron durante los toques del himno nacional de Estados Unidos, manifestándose en contra de la violencia racial ejercida por parte de la policía contra las personas negras de ese país. El gesto fue visto como “antipatriótico” y fue virulentamente criticados por múltiples medios de derecha. Similares reacciones al asunto de la bandera al revés en Colombia.
Una resignificación interesantísima del símbolo patrio en aire de protesta, la realizo el artista conceptual Bernardo Salcedo en su obra Primera lección (1973), en donde, en una secuencia de ilustraciones va desapareciendo partes del escudo nacional colombiano. A medida que esto sucede, se lee el siguiente texto: “No hay cóndores / No hay abundancia/ No hay libertad / No hay canal / No hay escudo / No hay patria”. La obra invita a hacerse la siguiente pregunta ¿Los valores que tanto se exaltan en los símbolos patrios son realmente dados de manera justa a toda la sociedad?
Las naciones o las llamadas patrias, no son entes con espíritus atemporales e ideales. Son construcciones de carácter político y social, marcadas por dinámicas históricas complejas, que las transforman constantemente. Es por eso que los símbolos que estas crean para si mismas se alteran y se desafían en la medida que las condiciones materiales van cambiando. Aunque la nación suele autoproclamarse como benigna, muchas veces las mayorías que viven dentro de ella se ven sometidas a la injusticia. Afrontar el símbolo patrio puede ser necesario en algunos casos, si se quiere transformar la nación en algo mas justo.
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