Por Guillermo León Labrador Morales
Historiador Universidad Javeriana
Hace varios años, por Discovery Channel, se transmitió un documental llamado El ultimo día, que dramatizaba varios escenarios bajo los cuales la humanidad entraría en crisis de destrucción globalizada. Uno de esos escenarios era una pandemia global, exportada a todo el mundo con las facilidades de conexión del mundo globalizado. La frase final de la película era, “el problema no es si esto ocurrirá, sino cuando”. Y parece que ese “cuando” es ahora.
El COVID-19, conocido coloquialmente como coronavirus, ha puesto en jaque a toda nuestra sociedad. Desde su origen en China hace algunos meses, el virus, pese a su relativamente baja mortalidad, ha mostrado la fragilidad de todo el sistema político y socioeconómico imperante a nivel global. Lo que más ha resaltado ha sido la inequidad a la hora de tener acceso al sistema de salud, que en muchos lugares esta mediado por intereses económicos. Las problemáticas intrínsecas del capitalismo tardío han mostrado su rostro de la manera mas dramática, ahora que el fantasma de la plaga recorre nuevamente el planeta.

Y no era difícil adivinar que una pandemia, tarde o temprano, golpearía a la humanidad, dado que ya lo ha hecho múltiples veces a través de la historia. Fácilmente se pueden encontrar varios ejemplos: la plaga de Justiniano en el imperio bizantino, la famosa peste negra medieval, los brotes de viruela en la conquista, la plaga de colera que se dio en la Cartagena de la segunda mitad del siglo XIX, la gripa española a principios del siglo XX, y la crisis mundial del VIH. Y cada uno de estos ejemplos han revelado elementos interesaste de las sociedades en que ocurrieron, y, así mismo, han descuierto algunas realidades de lo que significa ser un individuo dentro un colectivo social. Y dos de esas verdades son las siguientes: que somos iguales en lo biológico, pero se nos ha diferenciado en las estructuras de poder.
Uno de los motivos artísticos mas interesantes que se dieron en la mal llamada Edad Media, era la “Danza macabra”. Esta consistía en una especie de representación simbólica, en donde todos los estratos de la sociedad, desde el mendigo y el siervo, hasta el papa y el emperador, eran llevados de la mano por la muerte, representada por un esqueleto danzante, inevitablemente hacia su destino final. Esta era quizá una de las mayores muestras de ecuanimidad entre todos los miembros de la sociedad, lo que en ese momento se conocía como un memento mori: no importa quien seas, que posición tengas, o cuanto dinero, siempre llegara tu hora de morir, porque esas cosas no te hacen inmune al poder de la enfermedad.
Pero sería ingenuo decir que era lo mismo enfermarse siendo un rey, que siendo un campesino en la mitad de la era feudal (o en la mitad de la era actual). Como se dijo anteriormente, la enfermedad también revela la desigualdad intrínseca en los sistemas sociopolíticos que han dominado el planeta en los últimos siglos, ya sea el feudal, o el capitalista. Las elites sociales, por su puesto, tenían los medios y el poder para acceder a un mejor tratamiento. Y es por es que, aun ante la mortalidad de la plaga, ellos eran quienes tenían más oportunidad de sobrevivir.
Estar entre los reprimidos en un sistema injusto era también una forma de ser más vulnerable ante una epidemia. Uno de los ejemplos más claros ocurrió durante la conquista y colonización europea del Caribe durante el siglo XVI, en donde los indígenas Tainos murieron por la viruela traída desde Europa. Esta ayudo a exterminarlos masivamente en las islas que empezaron a ser forzosamente ocupadas tras la llegada de Cristóbal Colon, lo que llevo a que, en conjunción con la brutalidad de los conquistadores, la enfermedad ayudara a eliminar en treinta años entre 80 y 90 por ciento de la población, según algunos estimados.
Pero la plaga no solo revela la vulnerabilidad y la crueldad de la humanidad. También ofrece la oportunidad de mostrar el espíritu de solidaridad de los seres humanos. Uno de los ejemplos que se pueden ver se dio en la peste negra de entre 1347 y 1351 en Europa, en donde se implementaron uno de los primeros equipos de salud pública, pensada para el tratamiento de todos y cada uno de los miembros de la sociedad. Estos eran conocidos como los “Doctores de la plaga”, conocidos en alemán como los Doktor Schnabel von Rom, lo que significa, doctores de pico de roma, en referencia a las particulares y extrañas mascaras que usaban, implementadas en el siglo XVI, las cuales tenían una forma de pico, para proteger del “aire apestado”. Aunque su efectividad era muy poca, el doctor de la plaga ejercía como un servidor público, que velaba por desentrañar los misterios de la enfermedad, ayudar a sus pacientes a enfrentar la muerte, y determinar qué tan grande era la mortandad.
El desastre humano de la enfermedad era un incentivo para buscar soluciones que cubrieran a todos, aun en sistemas injustos. Por ejemplo, con la creación de la vacuna contra la viruela en el siglo XVIII, el imperio español organizó una expedición filantrópica, dirigida por el medico Francisco Javier Balmis, con el objetivo de llevar la vacuna a todas las colonias, y dársela a todos los miembros de la sociedad. Aun ante la segregación y represión del régimen colonial, se daba un esfuerzo por el bienestar general de manera ecuánime, para lograr conseguir la salud colectiva.
El escritor francés Albert Camus dejo esta reflexión en su novela de 1947 La peste, con relación a la solidaridad que se origina producto de las epidemias: “En el hombre hay mas cosas dignas de admiración que de desprecio”. Hoy, cuando de nuevo nos enfrentamos a la pandemia, tenemos la oportunidad de probar si tenía o no razón.