Por Guillermo León Labrador Morales, historiador de la Universidad Javeriana.
En 1843, el novelista inglés Charles Dickens, escribió una de sus historias más famosas, A Christmas Carol, traducida generalmente al español como Un cuento de Navidad. Esta corta historia, cuya trama casi todo el mundo conoce, pero vale la pena repetir, trata de un viejo avaro y mísero, Ebenezer Scrooge, quien en el transcurso de la noche de la víspera de navidad, es visitado por una serie de espíritus, quienes le muestran los errores de su actitud y lo ayudan a cambiar para bien.

La transformación de esta personificación de la avaricia, a través del espíritu de la solidaridad de la época navideña, viene de una crítica social propia de la época en la que escribió Dickens. En esos años del siglo XIX, se estaba desarrollando en pleno la revolución industrial en Inglaterra, impulsando el capitalismo hacia una posición predominante. Esto vino con una serie de problemas sociales de carácter extremo, dado que en ese momento no se manejaba ningún tipo de derechos laborales, y por tanto la explotación y la extrema miseria eran el día a día de la clase trabajadora.
Dickens fue uno de los primeros literatos en sacar a la luz esta situación, siendo especialmente crítico de la explotación de niños en las fábricas, la cual vivió en carne propia, siendo enviado a una en su infancia al ser su padre encarcelado por deudor. Dickens hablaba no solo de como la clase capitalista abusaba del trabajador, sino también de cómo los deshumanizaban hasta el punto de considerar que sus vidas como prescindibles.

Teorías como el maltusianismo, creada por el inglés Thomas Malthus, decían que la clase pobre y trabajadora podría crear una sobrepoblación que agotara los recursos, y por tanto era legítimo, o hasta deseable, que vivieran en pésimas condiciones de vida (que él pensaba eran creadas por ellos mismos), y que si morían, reducirían el exceso de población. Dickens era un fiero critico de este sistema de pensamiento, que se arraigó fuertemente en la elite capitalista, y por tanto incorporo elementos de esas ideas en el dialogo del mísero Scrooge.
Pero se preguntara el lector ¿y que tiene que ver todo esto con la navidad? Para entender esto, primero hay que entender las razones de las festividades de fin de año. A través de la historia, esta época ha sido celebrada, de muchas formas y por muchas culturas, en donde además de la festividad de la navidad cristiana, se pueden encontrar el hanukkah judío, el kwanzaa afroamericano, o los festivales de saturnalia y el nacimiento del Sol Invicto celebrados en la antigua Roma.
¿Qué tenían y tienen en común estas celebraciones, más allá del hecho de celebrarse en el último mes del año? Además de festejar la finalización de un año más y la llegada de otro nuevo, el espíritu tradicional que se vive busca un encuentro que exalte el espíritu comunitario, en donde los valores como la compasión y la solidaridad sean preponderantes. Así los individuos pueden reflexionar sobre su relación con los demás individuos, ya fuera dentro de su familia, o de la comunidad en general. Es decir, estas celebraciones buscaban el desarrollo de la empatía entre todos los integrantes de una sociedad. Es por eso que de aquí vienen tradiciones como los regalos a los niños, las reuniones y festejos sociales, la música, baile, la comida, y el dar a los más necesitados.
Este espíritu de comunidad celebrado en las fiestas era propuesto por Dickens como la antítesis de la avaricia y codicia capitalista. Por eso, era más que acertado que la personificación de estos vicios, el viejo Scrooge, fuera redimido por los espíritus que representaban los valores empáticos propios de las celebraciones comunitarias de fin de año.
Y es que a nombre del capitalismo, sobre todo en la versión salvaje y neoliberal que vivimos hoy en día, se cometen las más descabelladas intrigas en nombre de la codicia, que sorprenderían incluso al mismísimo Scrooge. Hoy se ve como la amazonia es destruida en la Colombia de Uribe y el Brasil de Bolsonaro, para enriquecer a los terratenientes de las industrias ganaderas; como la industria de las gaseosas experimentan dándole productos inseguros a los niños de la Guajira; como medicamentos vitales para enfermedades delicadas pasan de bajos precios a precios astronómicos al momento de ser privatizados por industrias farmacéuticas; como los empleados de Disneylandia, cuya corporación madre maneja una industria cultural que produce billones de dólares diarios, son forzados a dormir en automóviles al no recibir un salario que les alcance para pagar la renta; como las empresas mineras buscan taladrar paramos como el de Santurban, con la posibilidad de afectar las fuentes hídricas de ciudades enteras. En fin, vemos como la codicia se impone a la solidaridad, en una asociación entre el poder político y económico, que está lejos de buscar el bien común.
El consumismo que poco a poco se ha consolidado alrededor de las épocas navideñas no deja ver a muchos la verdadera solidaridad que es necesaria para el cambio social, y la cual no debe permanecer solo en las fiestas, sino para todo el año en general. No solo debe preocupar el gastar en regalos costosos para amigos y familiares, cuando hay niños en la calle que aguantan hambre en medio de estos mismos festejos.
En la antigua Roma, una sociedad esclavista, durante la saturnalia de diciembre se cambiaban los roles, llegando los amos a servir a los esclavos. Y aunque pareciera que la práctica reforzaba el nivel de empatía entre las clases sociales, al poner a una en los zapatos de la otra, la realidad era que el sistema social continuaba siendo represivo y violento en el resto del año, convirtiendo esta supuesta practica solidaria, en una pantomima más bien hipócrita y cruel.
Entonces, no es que sea malo dar regalos, pero si la visión de la celebración se queda solo en eso, y no se crea consciencia de que el espíritu de la comunidad y de la solidaridad debe imperar, solo se estaría haciendo una pantomima igual de banal y cruel a la de la saturnalia. Las navidades y demás fiestas de fin de año son una oportunidad para descansar, celebrar, disfrutar y divertirse, pero también puede serlo para reflexionar y actuar, y encontrar que la empatía y la justicia son valores que nuestra sociedad debe alcanzar para derrotar de una vez y por todas a los Scrooge que dominan el mundo.